lunes, 30 de noviembre de 2009

los taxistas, como los fantasmas, sólo necesitan que alguien los escuche.

Ayer a la noche me tocó uno de esos taxista raros.
Ya el auto lo era, un 19 viejo y medio sucio por dentro que hace que uno piense, este es el tipo de auto que usaría un taxista asesino. Puede que no pasé nada, como siempre que paranoiqueo, pensé mientras me subía.
El taxista era bien flaco, corte Anthony Perkins, bien marcados los huesos en la cara y con un pelo tipo chirolita pero blanco platinado, bien plástico, largo hasta la nuca.
Empezó a hablarme de la nada diciendo que no había un solo policía en la calle, que todo era un viva la pepa (dixit) y lo decía mientras iba en contra mano toda una cuadra por Vélez Sarfield. Encima tenía un ojo, el derecho, desviado o de vidrio y mientras iba para atrás por la calle porque se había pasado, me miraba fijo como podía e insistía con la ausencia de policías, que todo era una locura, que a cualquiera le podía pasar cualquier cosa.
Muy bien, me dije en un momento, cualquier cosa puede pasarme.
Pero parece que el tipo sólo quería hablar y fue pasando por los variados temas de su vida. Los taxistas, como los fantasmas, solo necesitan que alguien los escuche.
Fue piloto de carreras, hasta que, siendo copiloto, se puso un palo que dejó al piloto en silla de ruedas; fue también piloto de pruebas, es decir, le pedían que chocara contra una pared a 60 Km. por hora y también a más velocidad.
TAXISTA: Antes no se usaban muñecos. Era otra cosa. Ese fue el trabajo más divertido que tuve en mi vida, chocábamos Dodge Polara, esos grandes, ojo, yo tenia una jaula dentro del coche y un casco y me ajustaban bien el cinturón de seguridad. Así probábamos los autos antes, donde todo era mejor y no era como ahora que son todos unos cagones.
En ese momento lo miré un toque, él giró la cabeza para hacer lo mismo, con su ojo de vidrio y el pelo de muñeca, pero en vez de frenar siguió.
TAXISTA: Ahora nadie sirve para nada. El otro día, (justo), hablamos con mi mujer y unos amigos sobre esto, son todos unos cagones, te pegan entre cinco, antes peleabas en el medio y nadie se metía, hacían una ronda y te dejaban cagarte bien a palos con el otro, y si alguno se caía, el otro esperaba que se levante para romperle bien la cara, pero de pie, ahora te patean en el piso.
Y el tipo seguía, cada tanto dándose vuelta, mirándome con el ojo bueno y haciendo nada con el otro, insistiendo en que ahora éramos todos putos, cagones, que no servíamos para nada, hablando solo, sin darse cuenta de que hablaba con alguien, divagando dentro de sus propios recuerdos.
Cuando llegamos a mi casa me tuvo todavía algunos minutos sentado escuchándolo. Contaba una historia sobre el puente Pueyrredon donde un auto le había tirado la cola y él lo había perseguido para cagarlo bien a palos como se merecía pero que al final no pudo porque, entre su mujer que no paraba de gritarle que dejara de ser tan insensato y frenara el auto y el otro que era tan cagón que se metió en una calle bien oscura y ahí el taxista ya no se animó a entrar.
Me despedí deseándole buena suerte pero no me escuchó porque aún me decía cuando cerré la puerta, que éramos todos un cagones de mierda, todos maricones, cruzándose sobre el asiento, tratando de que su voz saliera por la ventana que yo había dejado abierta, putos y maricones y después entré a mi casa.

1 comentario:

  1. Muy bien contado, sin necesidad de pasar renglones. el título, en la mención a mitad del relato, me parece super acertado (además de que el título se lleva todos los premios) y la descripción del taxista, muy fílmica.
    A mí me gusta éste estilo de escritura tuya.

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